miércoles, 22 de diciembre de 2010

CDXLIV. Martínez Estrada.

(...) dio mi compañera que resultó que se llamaba Graciela, si es que no me encajó un nombre como el que yo le di: Anacleto. A mí me gusta andar con clauiqer nombre, porque los pobres no tenemos ni nombre ni apellido. Nos llaman como a los perros, de alguna manera. Nos acostumbramos y quien sabe después si es cierto que uno se llama así. Mi nombre es Dámaso Quegetta. Si usted lo dice en criollo, no; si lo dice en gringo, porque mi padre era italiano, lo mismo. De menara que me lo cambié. Y estoy por decirle que Graciela era Gertrudis.

Ezequiel Martínez Estrada - Sábado de Gloria ("Juan Florido, minervista").

1 comentario:

g. dijo...

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Al parecer Ezequiel Martínez Estrada está algo olvidado. No sé porqué, puede ser que no haya sido importante o puede ser un olvido casual. Sería interesantísimo que fuera un olvido voluntario. Y al parecer, tiene tufillos de eso. Pero por un libro no puedo decir mucho.
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Encontré el libro Sábado de Gloria en la biblioteca de mi abuelo, que es una fuente bastante importante de libros interesantes y difíciles de encontrar (Conseguí allí El Silenciero antes de toda la movida que generó Adriana Hidalgo con sus reediciones).
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Sábado de Gloria comprende dos relatos, uno que lleva el título del libro y otro, el citado.
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El primero es bastante interesante. Es el relato de un empleado público el día después de un golpe militar. Es interesante porque abandona el aspecto macro de la cosa y se pone bien micro. Para mí ese aspecto es genial, puesto que muestra cuánto puede cambiar de un día para otro la vida de alguien a quien no está del todo involucrado. Él no toma partido ni por unos ni por otros, lo único que quiere conseguir es la licencia de vacaciones que unos días antes había conseguido. Por supuesto todo cambia con el golpe, y los golpistas quieren cambiar a toda la gente de todos los ministerios. Y él está entre medio, porque es un empleado raso, pero que el golpe lo está jodiendo. Es como lo macro se mete en lo micro, y cómo lo macro siempre afecta de alguna manera a lo micro.
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Tiene un par de partes muy logradas, el relato es muy efectivo e interesante. Aunque va perdiendo consistencia al final, y se vuelve un poco surreal. Pero lo surreal no está del todo mal en las esferas de las reparticiones públicas, Kafka es medio surreal en todo su realismo. Y hay algún sabor a kafkiano en el relato, pero es porque es un empleado público y el empleador público le cierra las puertas.
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El segundo relato es mucho más intimista. Nos cuenta la historia del funeral de Juan Florido. Y con ello se puede contar casi toda su vida. Lo sobreviven la esposa y el hijo, entes anodinos que al parecer no tiene más vida que cantar los fines de semana. Viven en una pensión y gran parte del relato es sobre la pensión y sus pensionistas.
No me gustó tanto el relato pero tiene momentos muy buenos e interesantes. Se va por las ramas pero cierra de manera lógica.
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Es un libro raro y viejo de un poco más de cien hojas. El primer relato me pareció mejor que el segundo. Me pareció genial la idea del primer "cuento"; aunque no me terminó de satisfacer. En algún momento deja la vida de este tipo y se pone a citar novelas de golpes (Ej. Tirano Banderas), lo cual es interesante, pero hubiera sido más interesante el recurso si es constante y no como un paréntesis.
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Nada más.-
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