En cuanto supe reflexionar, descubrí en mí un poder infinito y límites irrisorios. Cuando yo dormía, el mundo desaparecía; necesitaba de mí para ser visto, conocido, comprendido; me sentía cargada de una misión que cumplía con orgullo; pero no suponía que mi cuerpo imperfecto tuviera que participar en ella.
Simone de Beauvoir - Memorias de una joven formal.
4 comentarios:
La acción a veces es azaroza. Ya que pasa que a veces él está lejos de su base de datos y tiene que improvisar con lo que tiene a mano. Eso sea, poco o mucho. Aunque a veces pide ayuda, muchas veces niega esa posibilidad por razones ajenas a lo brilloso u obcuro que sea el día.
Entonces a veces, tal vez sentado en una isla naranja entre medio de un mar de baldosas rosadas, con dibujo de oleaje en ellas, busca en una pequeña biblioteca algún lomo de un libro en particular. Ese libro a veces brilla por sí solo, pero otras veces la acción es mucho más azarosa y él tiene que ir agarrando libros y buscando en sus páginas. Muchas veces no encuentra nada, otras veces (Que son más que las que no encuentra nada, por lo cual son muchas muchas más veces) encuentra párrafos subrrayados, o asteriscos; el simbolo de ¡! es lo que más le llama la atención. Entre eso elige.
A veces, en ese devenir de encuentros, se puede llegar a encontrar con cosas que nadie debe mirar, porque está jugango, está perdido en el laberinto de libros ajeno. Por más que conozca un poco el orden, por más que haya tenido algunos libros en la mano, ese menjunge de libros es ajeno, es privado de otra persona. Y meterse en esos caminos puede provocar encuentros inesperados.
A veces mientras él mira entre ese mar de libros y se siente otro, otra persona. Una mujer pequeña pero grande en atributos, con mucha más capacidad para entender la palabra escrita y una gran sensibilidad poetica (No del todo ensayada, ni del todo practicada). Y sentirse otro, una mujer, es una sensación extraña en esa isla.
Pero el laberinto de libros sigue siendo ajeno, y las citas son sólo robadas con guante blanco, cuando él anda en ese lugar.
Quisiera ver cómo vuela un corpiño y cae en el piso lleno de ese mar rosado, en un tornado de ideas y de amor correspondido.
De pronto la escucha, que despierta lentamente en su gris remera y verde pollera. Con gestos amorosos chistea para que él le preste atención, aunque sólo hace que no le presta atención. Su vista periferica, el rabillo de su ojos siempre está puesta en su sur, tan hermoso, tan lechoso, tan blanco pureza. Ella despierta y, él tiene miedo que ella lo rete, enojada por verlo en su laberinto.
Ella sonríe y se da cuenta que el mundo aparece enfrente de sí. Él la ve, y se encuentra. Ya sabe que el laberinto se desvanece, y que en su isla naranja ella estará con él.
Quiero que participe de ella, y quiero a su cuerpo perfecto para él, imperfecto para el resto.
Perderse en el laberinto del amor, dejando a los libros de lado.
Ella lee.
Frenéticamente, lee y escribe su lectura. Hace marcas, lñineas, asteríscos. "¿Esta es tu letra?" Sí, es su letra. Aunque desprolija, grande, descuidada. Escribir la lectura es un proceso tan natural y tan intempestivo, que las formas se diluyen.
Aunque sea un mismo trazo de un mismo escritor lector.
Ella sigue leyendo. Él intenta prender la luz. "No, no hay luz ahí, perdoname. ¿Querés que te dicte?"
Él agradece, pero quiere seguir solo.
Y ella se muere de curiosidad por saber qué tomó prestado. Cuál de sus lecturas se plasmará, qué está hurgando.
Desde donde está sentada, leyendo frenéticamete, puede ver la biblioteca chiquita, la que tiene sus libros preferidos.
Hace un paneo general y encuentra un hueco. Ya sabe qué es. Simone de Beauvoir. "Ese libro está leído, ese libro tiene marcas", piensa.
Y entonces, entre lecturas, lo escucha con su trac, tric, trac, trac, rellenando huecos.
Fabricando huecos para que seas rellenados.
Chista.
Una.
Dos.
Tres veces.
Lo quiere para ella sola, pero no se anima a decírselo.
Le gustaría abrazarlo el resto de la tarde, de vida.
Tiene que seguir leyendo.
Coquetea de lejos, entre chistidos y piel. Lo quiere.
Lo ama.
Ella es tan feliz.
Por haber encontrar la salida del laberinto del amor, cuando parecía que todo había perdido su rumbo.
Ahora saben dónde está la salida. Aunque la eviten y decidan seguir perdido, en un mar de ellos, entre libros.
Quiero tener un poder infinito, tan sólo uno. Y así sentir el amparo de la inagotable fortaleza. Y así poder presumir de la inacabable valentía que da el poseerlo.
Saludos, G.
José Roberto Coppola.
Genial! Acabo de comprarme un libro de ella. Excelente cita...
Besos.
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