Él cada tanto mira por las ventanillas de algún 160 o 79/74, no importándole para nada los 266 y 278 que pasan por la avenida. Ella sale del edificio tranquila satisfecha luego de otro agotador día de trabajo y estudio. Algunos alumnos la saludan al pasar, y también ese que ella tiene visto como un muchacho bastante bonito. Ella camina por la vereda de la avenida, sintiendo los colectivos pasar a su costado. Cada siente que se le estruja el corazón cada vez que viene o se va de ese lugar. A lo lejos, lo nota dentro de su limitada vista. Lo reconoce en la esquina, mirando para abajo, ella piensa que tendría que haber hecho como decía su abuela e ir mirando siempre al piso. Se lo va a cruzar, aunque él todavía no sabe que ella está ahí. Tiene que decidir si va a saludarlo. Él camina por ese lugar ya que en algún punto de su inconciente espera cruzarla. Y se asusta cuando escucha las palabras de esa voz tan familiar decir: “¡Hola! ¿Cómo estas?”. Se asusta, demostrándolo en un saltito con su cuerpo casi soltando el celular que tenía en la mano. Se dan un beso ajeno, un beso flojo, un beso de “hola, cómo estas”, y empiezan a mirarse, a reconocerse luego de la larga lejanía de ambos cuerpos tan cercanos. Ella le sonríe y él devuelve la sonrisa. Quietos en su lugar ninguno de los dos sabe bien qué decir en ese momento. Hablan del porqué se encontraron, ella dice la verdad, él miente, del cómo están, de cómo están todos los conocidos y cosas así. En algún momento se saben que esa charla tiene que morir, aunque pareciera que ninguno tiene ganas, ya que ambos ríen y sonríen. Él la invita a tomar un café, ella tarda en reaccionar pero acepta. Y agarran para un destino en común por primera vez en tanto tiempo. Se sientan y charlan. La charla se va haciendo divertida, pero pasa por momentos de complicación donde el alma se les hace un yunque y cuesta levantarla. Ella en algún momento va al baño y deja caer algunas lágrimas. A él le pesa la mirada y le cuesta sentirse. Ambos tal vez quisieran no reconocerse en el otro, pero se encuentran como si estuvieran unidos por algo más allá que sólo la mirada. La noche cae en todo su peso y el frío cada vez es mayor, aunque sus almas están cada vez más calientes. Vuelven a estar sentados en su mesa y hablan, como si hablaran siempre. Como si fuese la única compañía válida para cada uno. Hablan de sus libros leídos y de pinturas hechas, de esto y aquello, de la mar en coche. El café va a cerrar y él le dice que si quiere ir a su casa. Allí pueden seguir tomando café –ya que no te lo hice nunca en la cafetera nueva- y podemos comer alguna pizza o algo así. Ella duda. Él piensa que no se tendría que haber expuesto a que ella dude, a que ella se pueda negar, pero es más fuerte que él; por eso lo hizo. Pero ella rápidamente le dice que sí. Caminan, ella conoce el camino y él la guía, sólo de galantería. Llegan a la casa y llaman una pizza. Comen, charla y toman más café. El le muestra la vista al sur, le muestra las estrellas y la luna. Ella se ríe y lo mira. Ella coquetea y lo piensa. Él la mira y se engancha. En algún punto el beso es inevitable. Se besan. Se besan y no se separan, porque un beso nunca es un beso y son muchos. Las manos recorren caras y pelos, los ojos se cierran y cuando se abren miran para creer lo que pasa. Yo te elije esta vez y mil veces. Terminan en un colchón sin sabanas, terminan en un piso sin sillones, terminan en la mesa sin cubiertos, terminan uno arriba del otro, terminan uno amando al otro. Terminan lo que sabían que empezaba cuando ella le dijo, Hola cómo estas, en la noche. Y se duermen, ella en sus brazos y él sintiendo su cuerpo caliente como siempre contra el suyo. En la noche ella se despierta y lo mira y lo respira. Lo mira, lo enmarca en su mirada. A la mañana suena el despertador de ella en el teléfono y él se levanta, a su vez. Se visten, se besan, se hablan y se sonríen. Ninguno sabe qué pasará luego. Él le pregunta: ¿Hoy volves? Y ella le reponde: ¿Y mañana vuelvo? Y se miran pensando en si convienen las respuestas.
Carbonero.
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Negro de cabeza a la cintura
El jean lleno de carbonilla
Se acerca al semi lleno de bultos
Apilados uno encima del otro
En una sucesión fínita de carbón.
Su ...
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Él cada tanto mira por las ventanillas de algún 160 o 79/74, no importándole para nada los 266 y 278 que pasan por la avenida. Ella sale del edificio tranquila satisfecha luego de otro agotador día de trabajo y estudio. Algunos alumnos la saludan al pasar, y también ese que ella tiene visto como un muchacho bastante bonito. Ella camina por la vereda de la avenida, sintiendo los colectivos pasar a su costado. Cada siente que se le estruja el corazón cada vez que viene o se va de ese lugar.
A lo lejos, lo nota dentro de su limitada vista. Lo reconoce en la esquina, mirando para abajo, ella piensa que tendría que haber hecho como decía su abuela e ir mirando siempre al piso. Se lo va a cruzar, aunque él todavía no sabe que ella está ahí. Tiene que decidir si va a saludarlo. Él camina por ese lugar ya que en algún punto de su inconciente espera cruzarla. Y se asusta cuando escucha las palabras de esa voz tan familiar decir: “¡Hola! ¿Cómo estas?”. Se asusta, demostrándolo en un saltito con su cuerpo casi soltando el celular que tenía en la mano.
Se dan un beso ajeno, un beso flojo, un beso de “hola, cómo estas”, y empiezan a mirarse, a reconocerse luego de la larga lejanía de ambos cuerpos tan cercanos. Ella le sonríe y él devuelve la sonrisa. Quietos en su lugar ninguno de los dos sabe bien qué decir en ese momento. Hablan del porqué se encontraron, ella dice la verdad, él miente, del cómo están, de cómo están todos los conocidos y cosas así. En algún momento se saben que esa charla tiene que morir, aunque pareciera que ninguno tiene ganas, ya que ambos ríen y sonríen. Él la invita a tomar un café, ella tarda en reaccionar pero acepta. Y agarran para un destino en común por primera vez en tanto tiempo.
Se sientan y charlan. La charla se va haciendo divertida, pero pasa por momentos de complicación donde el alma se les hace un yunque y cuesta levantarla. Ella en algún momento va al baño y deja caer algunas lágrimas. A él le pesa la mirada y le cuesta sentirse. Ambos tal vez quisieran no reconocerse en el otro, pero se encuentran como si estuvieran unidos por algo más allá que sólo la mirada. La noche cae en todo su peso y el frío cada vez es mayor, aunque sus almas están cada vez más calientes. Vuelven a estar sentados en su mesa y hablan, como si hablaran siempre. Como si fuese la única compañía válida para cada uno. Hablan de sus libros leídos y de pinturas hechas, de esto y aquello, de la mar en coche.
El café va a cerrar y él le dice que si quiere ir a su casa. Allí pueden seguir tomando café –ya que no te lo hice nunca en la cafetera nueva- y podemos comer alguna pizza o algo así. Ella duda. Él piensa que no se tendría que haber expuesto a que ella dude, a que ella se pueda negar, pero es más fuerte que él; por eso lo hizo. Pero ella rápidamente le dice que sí. Caminan, ella conoce el camino y él la guía, sólo de galantería.
Llegan a la casa y llaman una pizza. Comen, charla y toman más café. El le muestra la vista al sur, le muestra las estrellas y la luna. Ella se ríe y lo mira. Ella coquetea y lo piensa. Él la mira y se engancha. En algún punto el beso es inevitable. Se besan. Se besan y no se separan, porque un beso nunca es un beso y son muchos. Las manos recorren caras y pelos, los ojos se cierran y cuando se abren miran para creer lo que pasa. Yo te elije esta vez y mil veces.
Terminan en un colchón sin sabanas, terminan en un piso sin sillones, terminan en la mesa sin cubiertos, terminan uno arriba del otro, terminan uno amando al otro. Terminan lo que sabían que empezaba cuando ella le dijo, Hola cómo estas, en la noche. Y se duermen, ella en sus brazos y él sintiendo su cuerpo caliente como siempre contra el suyo. En la noche ella se despierta y lo mira y lo respira. Lo mira, lo enmarca en su mirada.
A la mañana suena el despertador de ella en el teléfono y él se levanta, a su vez. Se visten, se besan, se hablan y se sonríen. Ninguno sabe qué pasará luego. Él le pregunta: ¿Hoy volves? Y ella le reponde: ¿Y mañana vuelvo? Y se miran pensando en si convienen las respuestas.
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